Cuando era pequeña me volvían loca dos tipos de juegos: los de construcción y los que tenían que ver con la medicina. Sobre los 9 años mis padres me regalaron el juego «Operación», supongo que lo recordareis.
Consistía en un dibujo en cartón de un paciente en la mesa de operaciones sobre una plancha metálica y unas pinzas unidas por un cable a la estructura. El juego tenía una mecánica sencilla, había que extraer los huesos sin tocar las paredes del hueco donde estaban o al paciente se le encendía la nariz y emitía un zumbido. Habías fallado, corre turno, acaba el juego.
Jugué mucho tiempo con el, me gustaba la paciencia, el pulso, el cuidado que había que poner en él, también la emoción que proporcionaban los huesos mas difíciles como la manzana de Adán, el hueso de la fortuna con su forma extraña y su hueco estrecho o el corazón destrozado que una y otra vez se me escapaba de la pinza. Me gustaba tanto que a veces le quitaba la pila solo para poder ensayar sin temor a dañar al paciente y jugar mejor la próxima vez.
Hace unos cuantos días me acordé de aquel juego sólo que ésta vez fue a mi a la que me tocó ser paciente de cartón y ver como sin anestesia me sacaban el hueso de la fortuna aporreando las paredes metálicas sin que pudiera hacer nada por evitarlo. A mi también se me encendió la nariz, y el sistema zumbó tan fuerte que creí que me quedaría sorda.
Las Normas de juego son claras, el cirujano pierde su turno lo que no dice es qué ocurre con el paciente y yo ya no sé si quiero seguir jugando.