Se murió y a mi no me importó. Ni un suspiro, ni un pensamiento de tristeza, ni por supuesto una lágrima.
Se murió y le hicieron un homenaje y seguramente habría un discurso elogiando su vida, y algunos de los que hablaron en ese púlpito improvisado, mientras seguía vivo le odiaron a muerte.
Es lo que tiene estar muerto, que nadie tiene huevos de escupir sobre tu recuerdo y se cuenta solo lo bueno y si no lo hay, se inventa que total el finado no vendrá a desmentir tus palabras.
Se murió y no fui al funeral ni tampoco al sentido homenaje de sus camaradas.
Yo nunca fui su camarada, no fui camarada de nadie, fui a lo sumo compañera de mis compañeros; de los que conmigo trabajaban y compartían alegrías y el dolor de saberse confrontados con quien debía ser nuestro aliado. Con él solo hubo trinchera, él en la suya y yo en la mía la diferencia era que la mía solo me sirvió de parapeto y desde la suya volaron proyectiles hasta el ultimo momento.
Algo me enseñó, no se si debo agradecérselo porque me temo que no lo aprendí todo lo bien que debía, y es a no volver a implicarme totalmente en nada, a que debería nadar y guardar mi ropa mientras le pego fuego a la de los demás.
Adiós para siempre camarada! Espero que no volvamos a vernos porque eso significaría que algo estuvo muy equivocado en mi vida.